Lo genuino de la literatura no son las historias que allí se cuentan. Es decir, que si alguien pinta un cuadro, compone una canción, erige una catedral o, qué sé yo, silba una agradable melodía, lo que hace es expresarse, crear, ¿no? Pero la literatura es diferente. Una catedral, una canción, un cuadro o un silbido no somos nosotros. Será, como mucho, una parte de nosotros. Lo auténtico de la literatura es que somos nosotros, no una parte de nosotros. Los peces respiran debajo del agua, los pájaros vuelan y los seres humanos se cuentan historias. Todo el rato. Somos animales narrativos, ¿verdad?

Yo he aprendido psicología de las novelas muchísimo más que de la carrera universitaria o de lo que solemos llamar vida real. No bromeo. Por ejemplo, cuando Flaubert pensó en Bovary no pensó en Bovary. Quiero decir. Lo que pretendo decir es. Que la Bovary fue cambiando conforme los acontecimientos fueron cambiando. Digamos que, bueno, se adaptó a ellos, de algún modo. Pobre Bovary. En ese aspecto Flaubert era muy cervantino, al igual que Dostoyevski. Bueno, digamos que después de El Quijote todos los novelistas se convirtieron en cervantinos.

En la Odisea, ¿no? Ya saben: ese poema épico de un griego ciego y errante, ¿se acuerdan? Pues bien, en La Odisea los héroes y los malos y los buenos eran héroes, malos y buenos tanto al principio como al final de la historia. Y esto cambió con Cervantes.

Porque el Quijote es la literatura desenfrenada. La libertad hecha escritura. La quintaesencia narrativa. El frenesí desatado. Todo está en este tótem, en esta catedral, en este coloso, en esta novela casi marciana. La crítica literaria, el amor, la justicia, la utopía política, los celos, la sociedad, la venganza, la moral, la locura, los límites de la realidad y la conciencia, la existencia humana, la amistad, la rebelde soledad y el humor. El humor en todas sus variantes. En la novela está siempre latente la posibilidad de que los personajes vayan variando su carácter, su personalidad, sus valores y su visión del mundo conforme los hechos vayan sucediendo. Que el personaje literario transforme los hechos tanto como estos lo transforman a él mismo. Que un personaje comience siendo uno y, al final de sus peripecias, acabe siendo otro. De eso, en parte, trata la psicología y la literatura, ¿no? De que un paciente ingrese en mi consulta o solicite mis servicios por videoconferencia o un lector se adentre en un libro, comience siendo uno y acabe siendo otro.

Programa de Canal UNED: ‘El Quijote y la Psicología’