hume

En 1872, Flaubert echó pestes del nuevo plan de estudios para el bachillerato de Francia. Escribía esto. «Estoy asustado, aterrorizado, escandalizado por las gilipolleces cardinales que gobiernan a los seres humanos. Eso es algo nuevo; por lo menos en el grado en que se produce. Las ganas de alcanzar el éxito, la necesidad de triunfar a toda costa —debido al provecho económico que se obtiene— le ha minado a la literatura la moral hasta tal punto que la gente se está volviendo idiota».

Se menea mucho la idea de que con la filosofía relegada a asignatura optativa por nuestro gobierno conservador los ciudadanos se convertirán en personas dóciles, adocenadas y crédulas. No creo que sea así, la verdad. Yo tengo amigos, muy buenos amigos, que no han leído a Kant, Descartes o San Agustín, salvo para salir del paso en los exámenes de bachiller y selectividad y olvidarlos rápido, y, sin embargo, son tipos críticos y peleones. En cambio, el auténtico peligro es que sin conocer absolutamente nada de Popper, Locke o Hume, por ejemplo, incluso las matemáticas, la física y el resto de ciencias «prácticas» se verán seriamente afectadas. Sin filosofía -ya que al estar igualada con asignaturas más accesibles, es muy probable que los alumnos no la escojan-, la calidad y eficacia de la educación «práctica» caerá también. Y mucho.

Hace 80 años de la muerte de Unamuno. Un pedazo de escritor que tiembla el misterio. Un intelectual individualista con una filosofía, cimentada en los valores del racionalismo y el positivismo, y una forma de narrar muy, pero que muy peculiares. Los dos últimos ministros conservadores de educación que hemos tenido han hecho lo siguiente. El primero relegó filosofía a asignatura optativa junto a religión. El segundo -y actual- adoptó como primera medida descolgar el retrato de Unamuno de su despacho ministerial.

Este gobierno no solo tira al vertedero dos mil años de reflexión, especialmente esplendorosos en Europa, sino que convierte el marasmo de nuestra política en una montaña de basura aún más pestilente, si cabe. Tanto nazis como bolcheviques, esos gemelos univitelinos,  mostraron la misma ojeriza por la filosofía. Quemaron los libros y provocaron el exilio de los pensadores que osaron ponerlos en tela de juicio.

Recuerdo que no hace muchos años se les echaba en cara a nuestros políticos que no se les entendía nada de lo que hablaban en el hemiciclo. Ahora, en cambio, se les entiende absolutamente todo. Aristóteles situó a la prudencia -phrónesis- en un plano superior a la ira -hybris-. Todo el mundo entiende la desmesura hoy día a la perfección, de modo que no cabe más esperanza que los asuntos sociales sigan empeorando de un modo inexorable.

Cuando Hume -el tío de la foto- reflexionaba se le relajaba toda la cara y se le ponía, así, hacia abajo: los pómulos, la boca, la frente. Se le ponía cara de tonto. De tonto Hume. Y se reían de él. Toda esa gente que se creía lista y linda se reía de Hume. Pero este tonto descubrió que cualquier conocimiento emanaba de la experiencia sensible. Sin ella, sin la experiencia sensible, no se podía alcanzar el entendimiento de nada. La experiencia sensible era el manantial del saber y el conocimiento. Y, ahora, todos los doctores en historia y los catedráticos en filosofía se devanan los sesos decidiendo si este al que llamaban tonto en clase es un escéptico o un naturalista, o ambas cosas -lo más probable-. En Edimburgo hay una enorme estatua cincelada en bronce con un enorme dedo pulido y manoseado saliendo de un enorme pie. Es de Hume. Y la gente lo besa y lo toca, pensando que esto les hará inteligentes. Y, es muy probable, que toda esa gente que se cree lista y linda lo bese con mayor fruición. Al fin y al cabo, sabe que es tonta y que nunca tendrá una experiencia sensible. Si no, no manosearía tanto un dedo de bronce.

Feliz Día Mundial de la Filosofía.