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Los individuos sólo quieren vivir el presente; el futuro y el pasado pierden importancia. Ya nos ocuparemos llegado el momento. Borramos de un plumazo relaciones afectivas, como si jamás hubieran existido. Más allá de juicios morales, no es una mala estrategia vital, de no ser porque la obsesión por el presente suele desembocar en adicciones: a sustancias, a redes sociales, a los juegos de azar, a la pornografía, a la salud, al yo. Constantemente andamos en pos de la búsqueda de lo inmediato.

Proceso de pérdida de la personalidad individual, de los propios valores, de la identidad, mediante un procedimiento contradictorio, ya que buscamos diferenciarnos de los demás emulando modas sociales, con lo cual la diferencia solo sucede en nuestra imaginación. En esta obsesiva búsqueda de sobresalir, aparentar y buscar el reconocimiento social, no puede faltar la atracción por lo alternativo: arte plástico, música, cine, cómics o series de culto.

Existe una constante preocupación respecto a los grandes desastres y al fin del mundo, así como una pérdida de fe en la razón y la ciencia. En una contrapartida paradójica, rendimos culto a la tecnología.

El ser humano basa su existencia en el relativismo y la pluralidad de opciones. El subjetivismo impregna la mirada de la realidad. Las cifras dadas por organismos oficiales solo son tenidas en cuenta cuando respaldan nuestros prejuicios.

Pérdida de confianza en el poder público. Desaparece el valor del esfuerzo. Los adolescentes quieren ser youtubers, bailarines, cantantes, participantes en concursos televisivos cuyo jurado está compuesto por celebridades sin ningún talento o, lo que es aún más frustrante para ellos, programadores de juegos audiovisuales sin estudiar programación. Cuando eligen pareja, prefieren el aspecto físico y que sea buena en la cama a valores personales, como la lealtad.

Se comienzan a crear teorías de la conspiración permanentemente para explicar todo. Pero, sobre todo, los grandes problemas económicos, políticos, sociales, religiosos y medioambientales. Cualquier noticia es una cortina de humo para ocultar una opinión propia.

En contraposición con la modernidad, la posmodernidad es la época del desencanto.

La revalorización de la naturaleza, la defensa del medio ambiente y del resto de animales se mezclan con la compulsión por el consumismo. Los medios masivos y la industria del consumo se convierten en centros de poder. De nada importa el contenido del mensaje. Solo se revaloriza la forma en que es transmitido y el grado de convicción que produce. El receptor se aleja de la información recibida quitándole realidad y pertinencia, convirtiéndola en mero entretenimiento. En un meme al que responder sip, nop o LOL.

La psicología pierde rigor, dando pie a psicoanalistas rebozados, sanadores holísticos, flores destiladas, seres de luz, coachers, cursillos grupales o talibanes del mindfullness.