
Digamos que me importa a medias porque, bueno, todos tenemos una vida personal que es la que nos debería importar. Pero, sí, me importa. Esta época está bastante alejada de una vida en comunidad en la que un vecino hable con otro vecino y compartan, de cuando en cuando, comida y risas. Y, encima, cada vez se está alejando más. Tanto que parece que ya no hay marcha atrás. Y, además, para poner remedio a esta coyuntura social se habla raro. En lugar de decir: «Ese tío, me rompió el corazón, el muy hijo de puta», se cambia por «Debo reconstruirme desde el perdón y el autorreconocimiento de los errores de mis esquemas cognitivos». Y, para colmo, te lo recomiendan personas con bata o muy bien peinadas y guapas que, de un modo aséptico, te dan la mano en lugar de dos besos para que no haya transferencias cuando, precisamente, el mundo está harto falto de transferencias.
No tengo ninguna fe en que los populistas de la psicología vayan a mejorar este mundo en absolutamente ninguno de sus aspectos, que es lo mismo que decir que no van a mejorar a sus pacientes.
Es una epidemia mesiánica basada en la ausencia total de empatía humana. Preferiremos dentro de muy poco máquinas expendedoras de soluciones a seres humanos. Una aplicación logarítmica de móvil que haga preguntas y, en base a las respuestas, nos de una batería de soluciones.
En esta época posmoderna se han conseguido numerosos «hitos» históricos: ya no importa el contenido del mensaje, se prioriza la forma en que es transmitido y el grado de convicción que pueda producir; se defiende la naturaleza sin renunciar al consumo; pérdida de intimidad; los medios masivos son ahora centros de poder, con lo cual el receptor de la información le resta veracidad, convirtiéndola en mero entretenimiento cada vez más cuantitativo.
No se me escapa que soy un simple psicólogo clínico de provincias y tengo un puñado de pacientes en consulta y por videoconferencia que hacen que lleve una vida modesta que paga las facturas. Dios me libre de pretender que esta parrafada tenga el mismo impacto que un convento vegano. Pero, lo cierto, es que no puedo dejar de expresar -y alertar-, a través de los medios que tengo a mi alcance, el inmenso estercolero en el que se está convirtiendo la psicología.
Llevo en esto el tiempo suficiente como para darme cuenta de la turba de charlatanes que se están llenando los bolsillos de pasta a costa de la desesperación de los demás. Háganse ustedes un favor. Por muy mal que lo estén pasando no acudan a un coach, un gurú budista de barrio, un programador neurolingüistico y demás paparruchadas.
La psicología cognitivo conductual, la de referencia en experimentos de laboratorio, la que sigue de cerca los avances neurocientíficos, tiene tantas grietas como el propio conocimiento humano acumulado durante siglos. Y es cierto que, a veces, parece que no hay respuestas. Pero estas respuestas no las tiene nadie. Ni si quiera los filósofos jónicos las tenían. Y, ahora, entre iluminados que escriben tan mal como piensan y sanitarios negligentes que recetan bombas, estas respuestas están cada vez más lejanas del sentido común.
Quizá a corto plazo se sientan bien, pero a medio plazo sustituir un delirio desagradable por otro agradable, la complejidad de estar vivo por el mindfullness y el yoga y el budismo, no va a funcionar porque la realidad siempre se abre paso.
Y la vida parece corta, pero es larguísima para alguien con una psicopatología.

Totalmente de acuerdo. Soy también psicólogo clínico con muchos años lidiando con pacientes que sufren. Y me indigna la cantidad de pseudoterapeutas, vendedores de humo que proliferan. Se venden con gran autobombo y siempre hay gente inocente que cae en las redes de su negocio de charlatanería. Indecencia e ignorancia.
Me gustaMe gusta
Me alegra mucho que lo veas igual que yo, Xavier. Es bueno saber que existen psicologos que aun hacen su trabajo con rigor y profesionalidad. Un saludo. Luis.
Me gustaMe gusta