
Este es el cerebro de los casi 8 mil millones de seres humanos que pueblan La Tierra. Bueno, una parte del cerebro, la que más interesa. El resto son porquerías pegajosas nucleares que sirven para que hablemos, bailemos, escribamos, pintemos, cantemos, nos ofendamos. Digamos que si tenemos que buscar una solución a nuestros problemas psicológicos tenemos que movernos en este esquema. No hay soluciones posibles más allá de él. Ni iluminaciones místicas, ni budismo, ni coaching, ni yoga. Ni gaitas.
Para ilustrar lo que hablo, pongamos el ejemplo del claxon de un coche que suena mientras cruzamos una carretera. El estímulo externo que es el bocinazo llega a nuestras neuronas sensoriales, que convierten este estímulo externo en un estímulo interno. De allí va a la amígdala, previo paso por el tálamo.
En la amígdala (también llamada cerebro reptiliano, ya que es la parte del cerebro que compartimos con el resto de seres vivos que tienen cerebro y, por lo tanto, el más antiguo y, por lo tanto, el más importante, evolutivamente hablando) se identifica el estímulo interno, se buscar en los anaqueles de las emociones y se encuentra una que, en el caso del claxon, es el miedo. Y en base a este miedo que experimentamos el cerebro nos pide, con toda la paciencia del mundo, una respuesta conductual. Si nos apartamos, vivimos. Si nos paralizamos, el coche nos pasa por encima.
Además de esta estructura a la que llamaremos «de abajo», existe otra que va «por encima» y que conecta el tálamo con la amígdala, previo paso por el neocórtex, que es donde se encuentran los pensamientos. Si nos apartamos, pensaremos: «Ostras, he estado a punto de morir»; si no reaccionamos a tiempo, no pensaremos nada, por motivos obvios. Pero todo esto lo pensaremos con posterioridad, ya que la conexión tálamo-neocórtex-amígdala es unidireccional, moderna y lenta, en comparación con la conexión tálamo-amígdala, más rápida, antigua y bidireccional, tanto como el tiempo evolutivo se lo ha permitido.