Stefan Zweig

«No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio». Albert Camus.

Stefan Zweig fue uno de los tres ensayistas, novelistas e intelectuales, junto a Thomas Mann y Herman Hesse, más famosos de la época del ascenso del nazismo en Alemania. Los tres se vieron obligados al exilio en diferentes partes del mundo a causa de aquel rodillo paranoico, violento, irracional, antijudío y en contra de la cultura que supuso el nacionalsocialismo. Mann a Estados Unidos. Hesse a Suiza. Zweig a Brasil.

La historia de Stefan Zweig es la historia de un hombre absolutamente normal -en el mejor sentido de la palabra- con una incomparable habilidad para narrar historias aparentemente normales que encerraban un profundo análisis del ser humano. En la película, bastante alejada de un estereotipado biopic, «Stefan Zweig: Adiós a Europa», se desgrana la personalidad educada, elegante, agradecida, emocionalmente contenida y afable del autor. Su amor por los perros, su sincero agradecimiento por el pueblo brasileño -al que consideraba un ejemplo de civilización pacífica entre diferentes razas-, su amor sin aspavientos hacia sus personas queridas y su afán incansable por ayudar a que sus amigos judíos que quedaron atrapados en aquel infierno nazi pudieran escapar de allí.

Pese a su personalidad escurridiza, Zweig se vio obligado a asistir a innumerables conferencias en Argentina y Brasil, sobre todo, con el objetivo de obtener favores diplomáticos para que sus amigos consiguieran abandonar no solo Alemania, sino Europa, arrasada moralmente por el fascismo. Llegó hasta donde llegó y consiguió lo que pudo conseguir. En silencio. Sin ningún manifiesto ni palabras grandilocuentes a favor de la paz. Él era un intelectual. Un hombre de letras. Y, como tal, se negó a descender al lodo de la propaganda antinazi, tan superficial como la contraria. Muchos vieron en aquel silencio suyo en contra de Hitler a un cobarde aunque, en el fondo, lo que Zweig intentó hasta el final fue que la razón, el conocimiento y la lógica se pusieran en un plano superior al disparate que le rodeaba.

No lo consiguió.

En sus ruedas de prensa y entrevistas avisó de que, tras las turbulencias provocadas por los nacionalismos, Europa viviría una prolongada época de paz que él desgraciadamente no conseguiría presenciar, advirtiendo de algún modo nuestra actual Europa que algunos, con idéntico mesianismo hitleriano, intentan destrozar.

Un día Stefan Zweig se vistió de punta en blanco. Su joven segunda esposa Lotte se puso un Kimono. Ambos se tumbaron en la cama y esperaron pacientemente a que la muerte les llegara. Para la Historia de Las Letras quedarán «La lucha contra el demonio», «Carta a una desconocida» o «Caleidoscopio», entre su incesante y febril obra literaria. La nota de suicidio de Zweig contenía el siguiente mensaje: «Creo que es mejor finalizar en un buen momento y de pie una vida en la cual la labor intelectual significó el gozo más puro y la libertad personal el bien más preciado sobre la Tierra».

Pensó que los nazis ocuparían todo el mundo. Se equivocó. Su falta de esperanza le traicionó, tal y como les sucede a todos los suicidas.