La tercera semana de enero regreso a mi trabajo presencial en la Clínica del Pilar, Málaga. Después de tres meses trabajando a distancia, por Skype y demás herramientas de comunicación, ya es hora de volver a la piel. A la cercanía de las digresiones obsesivas, los dilemas morales, los vericuetos psicológicos que engendran monstruos, el porqué y el cómo. A enfrentarme a las habituales preguntas sobre las que nadie, en su sano juicio, podría afirmar estar seguro al 100% en sus respuestas, suponiendo que estas existan. ¿Cómo paro mi cabeza? ¿Cómo freno la ansiedad? ¿Cómo puedo dejar de que esa imagen acuda a mi cabeza? ¿Es posible vivir sin miedo? ¿Cómo consigo que esta sensación devastadora de ahogo, el pellizco en el estómago y ese pánico paralizador me abandonen de una puñetera vez? ¿Por qué pienso una cosa, pero siento otra? ¿Por qué siento una cosa, pero pienso otra? ¿A qué se debe mi morbosa fijación por esto? ¿De dónde procede mi compulsiva afición por lo otro? ¿Crees que sería necesario un informe para justificar cómo me siento cada vez que cruzo el umbral de mi puesto de trabajo? ¿Es normal o habitual lo que me sucede? ¿Oír chistes, pero nunca encontrarles la gracia, pese a que me río? ¿Ver dramones, pero nunca sentir nada, pese a que lloro a borbotones?
Aunque seguiré trabajando a distancia, a gran parte de todas estas preguntas me tendré que enfrentar, a partir de menos de un mes, cara a cara. Y la verdad: lo estoy deseando.
Pese a que muchos ya la hayan leído, les dejo con una entrevista que me hicieron en la Clínica, a renglón de ser elegido especialista del mes. No es sencillo luchar codo con codo con los cirujanos plásticos, sobre todo.
«¿Por que estudiaste Psicología y que otra profesión te hubiera gustado en caso de no ser psicólogo?
Decidí estudiar Psicología porque, antes, me había matriculado en Física y la experiencia no resultó demasiado satisfactoria. No tanto en lo académico, como en lo personal, a un nivel vocacional y de interpretación de la materialidad circundante. Incluso un área de conocimiento tan objetiva como la Física, no dejaba de estar impregnada por una visión subjetiva humana de aquello que solemos llamar “realidad”. De modo que, ya que lo exterior no me llamaba especialmente la atención, opté por dedicarme a lo interior. Además, debía decidir una opción en firme, para no perder la beca del Ministerio de Educación con la que estudié la carrera. ¿De no ser psicólogo? Me hubiera gustado ser futbolista, boxeador, escritor, astronauta. En fin, lo habitual.
¿Por que estudiaste esta especialidad?
Me dediqué a la Psicología Clínica porque me gusta la gente. Es así de sencillo. Sin que te gusten las personas, no puedes hacer este trabajo. Siento una tremenda satisfacción cuando consigo solucionar las psicopatologías de mis pacientes, aliviar sus síntomas y que lleguen a interaccionar con su medio de un modo racional y funcional. Nada me hace más feliz en la vida como ver a un paciente curado de las coyunturas vitales y mentales que lo llevaron a mi consulta.
Esta circunstancia, por supuesto, también tiene su reverso egoísta, como todo. Es decir, sentirte bien ayudando a los demás en el fondo tiene un envés interesado, ya que uno tiende a hacer cosas que le hagan sentir bien. Por ejemplo, me gusta cuando los abuelos o algunos padres de mis pacientes más jóvenes me regalan comida como muestra de agradecimiento. Limones, patatas, tomates. Este siempre ha sido un país pobre y humilde, pero con orgullo y solidario, pese a su clase política. No hay mejor manera de mostrar gratitud que a través de la comida, en mi opinión. No debemos olvidar quiénes fuimos y de dónde venimos. No creo que sea bueno disfrazarnos de algo que jamás hemos sido. Me parece ridículo.
¿Alguna anécdota en tu vida laboral?
Con respecto a las anécdotas, teniendo en cuenta la naturaleza de mi trabajo, soy siempre muy escrupuloso a la hora de contar sucesos relativos a mis pacientes. Pero me suceden a diario. Solo contaré una anécdota, porque sé que a esta persona en particular no le importa que la cuente. Y porque es bonita, al menos para mí. Durante un tiempo, hace años, estuve visitando a un paciente a su domicilio. Este hombre tuvo un accidente de coche en el que murió su hijo y él acabó en una silla de ruedas. Un asunto muy feo. A raíz del accidente su mujer se divorció de él y acabó viviendo con su madre. Durante toda la terapia, traté de convencerlo de que no pidiera, bajo ningún concepto, la paga por invalidez. Esas pagas están envenenadas, en mi opinión. Parece que alivian determinados problemas vitales, pero no hacen sino agravarlos. Sentirse útil es sumamente importante en la vida. Ni siquiera serlo, sino sentirlo.
Aprovechando que mi paciente tenía un buen puesto en la administración pública, y una vez superada la mayor parte de la psicoterapia, determinamos que lo mejor sería solicitar un traslado a otra ciudad, a un puesto acorde a sus restricciones de movilidad y que reemprendiera allí una nueva vida. Hará unos meses me llamó por teléfono: tenía una nueva pareja con la que había rehecho su vida sentimental y se encontraba muy feliz. Esta profesión solo se puede soportar con unas buenas dosis de vocación y recompensas como la que le acabo de comentar.
¿Sigue siendo tabú ir o decir que alguien va al psicólogo?
Desgraciadamente, sí. Sigue siendo tabú ir al psicólogo, aunque cada vez lo es menos. Pero, hasta cierto punto, tiene su lógica. No es sencillo contar a un desconocido cosas que ni siquiera queremos contarnos a nosotros mismos. Pero eso yo lo soluciono en la primera sesión de la única manera que conozco: con grandes dosis de humor.
Hobbies, aficiones…
Con respecto a mis aficiones, soy modesto y muy rutinario. Salgo a cenar y de copas con los mismos amigos que conservo casi desde pequeño, viajo cuando me lo puedo permitir, no me pierdo ni un partido del Atlético de Madrid y paso mucho tiempo en la biblioteca municipal. Ahora menos, porque me he mudado y está más lejos. Escribo artículos políticos para esdiario.com. Tengo un decálogo vital muy simple, que me funciona bastante bien: un calzado cómodo y que me molesten lo menos posible en mi tiempo libre. Parece hasta pueril, pero le puedo asegurar que me funciona a las mil maravillas».