El perfeccionismo es uno de los síntomas -o causas- más comunes de ansiedad, estrés y, por lo tanto, infelicidad. Puede bloquear de un modo muy serio la toma de decisiones e interferir en nuestras relaciones emocionales, sexuales, laborales y sociales.
También puede provocar que perdamos el contacto con nuestros propios sentimientos, ya que no evaluamos a las personas como son, sino cómo deberían ser, que busquemos de una manera obsesiva el reconocimiento, los halagos, el primer lugar o el afán de tenerlo todo. En este sentido el perfeccionismo está estrechamente relacionado con la baja autoestima, la dependencia de la opinión de los demás, la idealización de nosotros mismos y falta de confianza en nuestras potencialidades.
Las distorsiones cognitivas perfeccionistas son capaces a su vez de anular nuestro verdadero yo, que anhelemos lo que no tenemos, despreciemos lo que tenemos o que vivamos en las ilusiones de nuestra imaginación. Así como engendrar autodesprecio, exigencias desmedidas que propician reproches dirigidos hacia nosotros, ceguera ante diversas opciones, criterios erróneos y ausencia de una escala de valores consolidada.
El perfeccionismo puede desencadenar una angustia muy afilada o un Trastorno Obsesivo Compulsivo si no se sabe manejar con solidez. Y más donde la sociedad de lo audiovisual ha arrasado con la realidad, relegándola a un segundo plano, aunque parezca mentira.
Para tratar de gestionar e identificar el perfeccionismo irracional les dejo con un artículo publicado en un blog que considero de cabecera. Es de mi amigo José Luis Sánchez, siempre lúcido y preciso en sus análisis. Esta vez acompañado de una colega llamada Ana Isabel Pérez Morales.
Un saludo.
¡Gracias por compartir la reflexión!
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Como siempre, a ti! Bueno, en este caso a vosotros.
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