la-soledad-del-trader

En un experimento dirigido por Megan L. Knowles -profesora del Franklin & Marshall College-, se examinaron no hace mucho las habilidades sociales de 86 estudiantes universitarios. Más allá del diseño experimental, que no suele llamar tanto nuestra atención como los resultados, los investigadores extrajeron del estudio unas conclusiones que resultaron muy paradójicas.

Según Knowles et alii, las personas solitarias entienden mejor que las no-solitarias las normas sociales, tácitas y explícitas. ¿Cómo es posible que una persona, comprendiendo mejor que otras las reglas que rigen las interacciones sociales, no saque provecho de esta supuesta ventaja?

Según los autores, precisamente este conocimiento es el que provoca el aislamiento, en especial cuando a los sujetos introvertidos se les somete a un determinado grado de presión extra. De este modo, al poseer un mejor entendimiento de la mecánica social, este hecho les provoca pánico cada vez que tienen que ponerla en juego.

Todos los solitarios -y en especial los pre y postadolescentes- se enfrentan a este dilema, tal y como compruebo a diario en mi puesto de trabajo. Para abandonar ese estado, han de prestar atención a esa angustia que les provoca una relación personal. Solo así conseguirán entenderla y resolverla.

También existen personas que, aún conociendo los corsés sociales, se mueven con soltura en sociedad. Un cierto grado de irresponsabilidad, de frescura, por llamarlo de algún modo, en las habilidades sociales siempre ayuda a relajar el ambiente. Suelo aconsejar a mis pacientes más retraídos o reconcentrados que informen de su vergüenza si, en algún momento, se quedan callados o desconcertados en una situación social. Esto provocará un sentimiento de empatía en el otro que ayudará a salir de este trance, gracias a una retroalimentación social positiva.

Además de la económica, de salud física y sentimental, en las felicitaciones a los demás no suele venir adjunta, y con especial interés, la fertilidad y salubridad en las relaciones con el otro, en esta época tan contradictoria que nos ha tocado vivir. Las relaciones sociales generan endorfinas, que son unos opiáceos naturales que nuestro cuerpo genera para aumentar nuestro bienestar. Las relaciones sociales alargan la vida y frenan enfermedades relacionadas con la memoria en la tercera edad. Además, contribuyen de un modo decisivo a la hora de resolver con éxito determinados problemas personales. Las relaciones sociales no-virtuales son esenciales para tener una vida plena y plácida.

Mal que nos pese a veces, la humana es una especie gregaria que necesita de los demás para sobrevivir. De ahí que uno de nuestros mayores miedos antropológicos sea el de la soledad, tanto de grupo como de pareja. Este miedo, como demostró Knowles, se puede incrementar conociendo demasiado bien su fuente.

Resulta irónico. Sí. Tanto como la propia vida lo es.