“Yo tuve un sueño,
que no era un sueño.
El luminoso sol se había extinguido,
y las estrellas
vagaban sin rumbo.”
Oscuridad. Lord Byron.
Les contaré una cosa. Un sueño íntimo. Tengo la inaudita suerte de ser amigo de un chaval de quince años de Sicilia. Antes de irme a Estados Unidos, hace ya unos meses, reuní en mi casa a mis amigos más íntimos en un almuerzo de despedida. Allí estábamos todos. Gente de todas las edades, clases sociales y ralea que puedan imaginar. Cuando todos se fueron me quedé con el joven siciliano jugando al ajedrez, esperando a que su madre viniera a recogerlo. Le gané las tres partidas. Bueno, espero que se tomen esto lo mejor posible: soy un jugador de ajedrez muy bueno. No me importa cómo suene.
La cuestión es que, mientras estábamos jugando, comenzamos a hablar de los sueños. Él me contó que a menudo soñaba con que se le caían los dientes, que volaba, que un monstruo lo perseguía por un laberinto, ratas, insectos, que se caía desde un balcón y, de súbito, despertaba de un jadeante respingo. Yo le conté, mientras sacrificaba todo lo sacrificable para dejar el tablero lo más despejado posible y así poder sacar a pasear mis torres y sus infalibles jaques mates, que desde muy pequeño solo he sido capaz de soñar con asuntos triviales. Yo en la playa, yo sentado en el váter leyendo un bote de champú, yo corriendo o yo duchándome. Porque mis sueños consisten, desde siempre, o bien en cuestiones cotidianas solitarias o bien en palabras.
Desde muy chico siempre he soñado con palabras. A veces palabras al azar o, en ocasiones, textos retorcidos y alambicados sin el menos andamiaje formal. Solo palabras. Recuerdo que, durante una época de mi juventud, muchas palabras las anotaba en un cuadernillo nada más despertar para que no se me olvidaran y, al día siguiente, incluso las miraba en el diccionario, para saber qué significaban.
Durante el transcurso de aquellas tres partidas de ajedrez le conté a mi amigo un proyecto que tenía en mente para forrarme. Tengo dos proyectos para forrarme. De momento. Uno relacionado con un algoritmo bursátil y otro relacionado con un algoritmo de los sueños. Creo que, en la época que nos ha tocado vivir, la única forma realista de ganar una montaña de dinero es a través de un algoritmo que trabaje por nosotros. Porque yo no quiero ganar una obscenidad de dinero por las razones obscenas por las que la mayoría del personal quiere el dinero. No necesito coches de alta gama o reconocimiento social. Lo que quiero es, algún día, vivir en Noto y contemplar cada noche ese incomparable cielo estrellado siciliano desde el anfiteatro de Taormina, mientras como arancinis y escucho historias sobre Dionisio I el viejo, aquel tirano de Sicilia del cuatrocientos antes de cristo que encerró a todos sus opositores políticos en una gruta en forma de oreja y, desde arriba, escuchaba sus secretos para estar al tanto de las conspiraciones.
Quiero vivir allí. Llevar una vida anónima y corriente, de perfil bajo. En aquella amable y brutal isla donde la gente aún no se ha vuelto gilipollas.
Ese es mi sueño. Mi gran sueño.
Solo un chaval de quince años puede prestar atención a mis sueños. Esa es la verdad. Los adultos, cuando les hablo de Sicilia, me animan y se fascinan con mis relatos. Pero sé que no me toman en serio. Y, la verdad, me importa un bledo.
Mi joven amigo siciliano sabe cómo programar algoritmos y le interesan mucho las cosas que le cuento. Pero le interesan DE VERDAD. Es un muy buen chaval, listo, rápido de mente, delgadillo, despierto y no demasiado sensible. De modo que estamos metidos hasta el cuello en este proyecto relacionado con los sueños que, ambos, esperamos que tenga cierto impacto. Y, si no lo tiene, al menos dentro de diez años nos reiremos a carcajadas mientras jugamos al ajedrez en Sicilia.
Porque vivir sin proyectos, vivir sin sueños, esperar a que la parca decida visitarnos, enviando currículums de aquí para allá, pagando hipotecas, atados a un trabajo sin sentido y visitando a nuestra familia los domingos, no digo yo que esté mal, solo digo que PARA MÍ está mal. Yo necesito sueños. Cuantos más mejor. Quizá para compensar la monotonía de mi mundo onírico. A lo mejor alguno cristalice algún día y no tenga que recordar aquellas palabras que el poli listo le decía al poli tonto.
«Tú, tú mismo, todo este gran drama, nunca fue más que un burdo engaño de la arrogancia y la estúpida voluntad humana. Pero puedes simplemente liberarte de todo eso. Darte cuenta de que toda tu vida, todo lo que amas, lo que odias, tus memorias, todo tu dolor, era parte de una misma cosa. Era todo un mismo sueño. Un sueño que albergaste dentro de una habitación cerrada. Un sueño acerca de ser una persona. Y, como sucede en los sueños, al final hay un monstruo«.
Pues qué bien! Soy una adulta y no sólo creo en tu sueño, sino que tengo uno muy parecido en el que también estoy trabajando muy seriamente (aunque mi entorno se lo tome a chufla) y que también incluye cielos estrellados y existencia de perfil bajo en un sitio con buenas vistas, buen clima y una población reducida (lo cual, y por simple estadística, reducirá también el número de gilipollas, espero)… Lo único que le añadiría a tu plan seria una buena conexión a internet para que no nos dejes desamparados ni a los que te leemos por y con gusto, ni a los que te necesitan para mejorar su salud mental.
Me gustaMe gusta
Cierto. Son matemáticas. Cuantas menos personas, menos probabilidad de concentración de lo que sea, incluido los gilipollas…
Me gustaMe gusta