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«Todos dicen que la vida es un escenario. Pero la mayoría de las personas no llegan, al parecer, a obsesionarse por esta idea, o al menos no tan pronto como yo. Al finalizar mi infancia estaba firmemente convencido que así era, y que debía interpretar mi papel en ese escenario sin revelar jamás mi auténtica manera de ser. Como esa convicción iba acompañada de una tremenda ingenuidad, de una total falta de experiencia, pese a que existía la constante sombra de duda en mi mente que me hacía sospechar que quizá no estuviera en lo cierto, lo indudable es que todos los hombres enfocaban la vida exactamente como si de una interpretación teatral se tratara. Creía con optimismo que tan pronto como la interpretación hubiera terminado bajaría el telón y el público jamás vería al actor sin maquillaje (…). Sin embargo, con el paso del tiempo, ese optimismo, o, mejor dicho, ese sueño en vigilia, concluiría en una cruel desilusión«.

Yukio Mishima. “ Confesiones de una máscara”.

Si no tuviéramos defectos, si fuéramos seres inmaculados, auténticos activistas sociales, sin duda encontraríamos muchísimo menos placer en señalar los defectos de los demás. Pero la cuestión es que no es así. Y, es más, como esta coyuntura, la de la perfección propia, está muy, pero que muy lejos de resultar así, precisamente por esa razón encontramos tantísimo placer en denunciar a políticos corruptos, casos de violencia e injusticias sociales: no son más que un espejo. Y, nosotros, denunciamos con una máscara, mirándonos en él.

Como psicólogo clínico con un cierto bagaje laboral, hace ya décadas me di cuenta de algo tan simple, como difícil de ver: somos tal y como vemos el mundo. Y es precisamente lo que nos irrita tanto de los demás lo que nos ayuda a comprenderlos. Porque, si fuésemos capaz de comprender, no sería necesario juzgar, ni pelear ni, por lo tanto, perdonar absolutamente nada.

Ya lo dijo Kant: «No vemos a los demás cómo son, sino cómo somos». Todas las verdades están ya dichas. Muchas mentiras quedan aún por decir. De este modo paradójico, los seres humanos solo progresamos cognitiva, emocional y conductualmente ante el espejo de los demás, que nos devuelven imágenes que somos incapaces de ver. Y solo cambiamos, de verdad, cuando nos damos cuenta de las consecuencias de no hacerlo. Es decir, cuando se nos cae la máscara y hay alguien mirándonos desde el otro lado del espejo.

Por esa precisa razón la pelea, el insulto y el conflicto siguen funcionando bastante bien. Es un mecanismo de defensa sencillo y muy útil. Solo corto plazo. A medio, largo plazo resulta calamitoso, ya que no terminamos de aceptar nuestra enfermedad mental. Digamos que estamos tan ocupados mostrando nuestra indignación con los demás, que nos olvidamos de nosotros mismos. Pero no solo eso. Es que, además, o para colmo, lo que más nos indigna de los demás es lo que precisamente somos nosotros mismos. Por esa razón nos enfada tanto.