El mundillo de la psicología se ha dividido con el nuevo plan propuesto por el gobierno para combatir las pseudoterapias. Paradójicamente, en ambos lados del ring se encuentran los profesionales que aplauden este nuevo plan, pero en una esquina se encuentran los que pretenden erradicarlas del todo, como es mi caso, y en el otro los que persiguen monopolizarlas, para así acabar con el intrusismo. Es decir, lo que ambiciona este último grupo es que solo los psicólogos licenciados puedan utilizarlas.
O, al menos, esta conclusión parecía desprenderse de lo expresado por el Consejo General de Colegios Oficiales de Psicólogos (COP), el órgano que representa a los profesionales españoles de la psicología, sobre este plan gubernamental. “Algunas de las que pueden ser consideradas pseudoterapias pueden suponer beneficios contrastados para la salud de los pacientes, cuando son utilizadas correctamente por profesionales psicólogos”, se decía en un párrafo del texto.
Ya en su día, el Colegio Oficial de Psicología de Andalucía Oriental (COPAO) publicó en sus sucesivos boletines un anuncio de que el coaching estaba prohibido temporalmente como herramienta terapeútica. Así estuvo durante años: temporalmente prohibido. Hasta que el anuncio dejó de publicarse. De modo que supongo que atravesar descalzo un camino de cristales rotos, es decir, el glasswalking, doblar con la fuerza de la garganta una flecha, es decir, el throating, torcer una barra de acero sin importar si eres un cruasán humano o un tirillas, es decir, el steeling, o caminar sobre brasas incandescentes, es decir, el firewalking, serán algunas de las prácticas que se podrán utilizar en ese nuevo entrenamiento exótico, el coaching, que pretende sustituir a la aburrida, pesada y cada vez más olvidada psicología clínica tradicional como método psicoterapeútico.
El postmodernismo nos ha llevado a hacer camping, puenting, balconing, huerting, running, happening, a sentir feeling, estar ongoing, establecer un ranking o tener unos ojos understanding. Algunos nos negamos. De momento. Porque, de momento, no parece que el postmodernismo haya reducido la depresión, el estrés y la ansiedad, sino más bien todo lo contrario.
En cualquier caso, soy optimista. Según las cifras que manejo, en base a la muestra de mi consulta, el número de pacientes que, antes de solicitar mi ayuda, abrazan árboles, ingieren flores, se rebozan en barro sanador, visitan a lectores de manos, hablan con seres de luz, tarotistas de ojo patio, brujas en bata de buatiné y sectas budistas para solucionar sus psicopatologías sigue descendiendo. Exactamente el 3%. Ahora es solo del 97%.
Kahneman nos lo avisó: las personas optimistas son más resistentes psicológicamente, su sistema inmunitario es más fuerte y, de media, viven más tiempo que las pesimistas, más orientadas hacia la realidad -o, bueno, hacia lo que ellas consideran realidad-. Eso sí: ambas se equivocan las mismas veces. De modo que seré optimista.
Ya queda menos para que se recupere la cordura en el mundillo de la psicología.
Serás LL
https://culturacientifica.com/2019/01/16/la-influencia-de-los-genes-en-la-felicidad/?fbclid=IwAR23FsjcK-HNmuVTuVz6UGjSma26AcffiIk_Fj4s7GzISYz90H0tW633yeM
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