Continuamos la travesía psicológica por los conceptos más en boca de los psicólogos y de la población general y, a la vez, los más desconocidos por ambos.

La autoestima no es nuestra capacidad cognitiva, afectiva y comportamental ante las diversas vicisitudes que el caos determinista que es la vida nos presenta de continuo. Es la percepción subjetiva que tenemos de estas capacidades. Podemos estar tan preparados como un bebé en pañales solo en mitad de la selva amazónica y percibirnos como individuos muy fuertes, valientes y estoicos; entonces tenemos la autoestima baja. Por el contrario, podemos ser individuos muy fuertes, valientes y estoicos y percibirnos como un bebé en pañales solo en mitad de la selva amazónica; en este segundo caso también tendremos la autoestima igual de baja.

Las personas que tienen la autoestima alta suelen levantarse por las mañanas, se duchan escuchando la radio -o no-, desayunan, van a trabajar o se ponen a estudiar, almuerzan, llevan una vida social no demasiado agobiante ni escasa, interaccionan y disfrutan a menudo con otros cuerpos entre el centeno sexual, se divierten y duermen a pierna suelta. No tienen la necesidad de informarnos de sus vidas privadas y tampoco se sienten solos porque los demás no les prestemos la más mínima atención. Digamos que en su total autonomía y el control sobre sus pensamientos autorreferenciales está su fuerza.

La ansiedad es un exceso de futuro. La mente se va allí, al horizonte de aquel folio en blanco, y escribe relatos del S. XIX: dramas, tostones infumables, ridículas sagas de amores imposibles, caricaturas de Charles Dickens y toda la maldita pesca. La ansiedad es un miedo irracional, sin una causa objetiva. Si, por ejemplo, unos chiflados con turbantes, chilabas y barbas largas se nos acercan enloquecidos gritando que Alá es grande, es lógico que nos salte un resorte de agresividad para defendernos de ellos. Vaya, yo al menos me liaría a puñetazos, no sé vosotros. Pero, ¿y si sentimos miedo sin que esos psicópatas empapados en intolerancia estén presentes? Ese es el miedo ilógico, más conocido como ansiedad.

La ansiedad y la autoestima guardan una dramática relación de amor victoriano: si una está baja, la otra está alta, y viceversa. Como pareja inseparable y mal avenida, mantienen una conexión inversamente proporcional. Pero, para nuestra suerte, como ambas interaccionan a modo de vasos comunicantes, mejorando una empeoramos otra. Y, en el caso de nuestra adorada ansiedad, cuanto más empeorada y baja la tengamos, mejor.

Para subir nuestra autoestima tenemos que hacer tres cosas muy sencillas:

(1) No compararnos con los demás (la única comparación sana es con nosotros mismos, siempre para mejorar).

(2) No ser presa de autoexigencias desmedidas.

(3) Tener la humildad suficiente como para conformarnos con cómo somos y querernos a nosotros mismos, con nuestros defectos y virtudes.

Si conseguimos subir nuestra autoestima de esta manera tan simple, no necesitaremos ejercicios de conciencia plena, de respiración, budismo, abrazar árboles (cuidaito con las chumberas), ansiolíticos o bienes materiales, para vivir cada momento de nuestra existencia, sin ansiedad, con una intensa y deslumbrante plenitud, tal y como hago yo.

De nada. A mandar.